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PINK DESERT

El cowboy, eterno emblema de la hipermasculinidad americana, es una figura ruda, solitaria, casi impenetrable, demasiado difícil de encajar en unos vaqueros tan ajustados. Su mundo —desértico, masculino, crudo— se convierte en el escenario ideal para una carga homoerótica soterrada. La rutina compartida, las noches al raso, el roce accidental, la necesidad de compañía, situaciones que hacen despegar fantasías sexuales que han sido ampliamente exploradas en la literatura, el cine, la música y el arte en general.

El cowboy se convierte en el símbolo del homoerotismo americano. Cuerpos musculosos, curtidos por el sol y el trabajo duro, envueltos en una indumentaria que funciona casi como un uniforme: sombrero, botas, y por supuesto, el pañuelo al cuello. Ingredientes imprescindibles para la construcción del objeto de deseo. Lo ambiguo, lo contenido, lo prohibido.  El cowboy subvierte por sí mismo el arquetipo heteronormativo americano que tantos años abanderó en lonas publicitarias.

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